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La clase media despertó. La pobre nunca durmió.
Crónica desde lejos.
Ramon Rodrigues Ramalho, miembro del COPAC-BH,
25 de Junio de 2013

Se despertó el gigante. O gigante acordou. Así muchos en Brasil titulan el vuelco a la calle de la clase media en varias ciudades del país, que sumaron más de un millón personas el jueves 20 de Junio. Si aún es temprano para caracterizar estas Jornadas de Junio, pues los eventos siguen en marcha, lo cierto es que Brasil no será más el mismo. La población empieza (y aprende) a exteriorizar un grito reprimido y sentir la lucha social como factor del cambio. Sienten un “poquito” del gusto de “tomar al cielo por asalto”. Se aceleran los tiempos y lo que ayer se veía incipiente mañana se podrá hacer masivo, visto una nación de casi doscientos millones de personas que aún no han podido construir su propia ciudadanía.

Bajo absoluta perplejidad de los medios masivos de comunicación y de los gobiernos de izquierda o derecha la población brasileña se volcó a la calle en una desbordante oleada ascendiente de movilización popular, tanto por su creciente masividad en las capitales como por su expansión a las ciudades medias. A principio los medios de comunicación de masa iniciaron su habitual “operación padrón” de criminalización de la protesta (subrayando supuestos “actos de vandalismo”) y deslegitimando los reclamos (tildando de vagos a los manifestantes que impiden los demás de trabajar). Pero sagazmente estos medios previeron que frente a la ascendencia de las protestas sus oradores serían expuestos al ridículo, confrontadas sus mentiras fabricadas con la verdad cruda en las calles. Con esto pasaron a disputar los sentidos del movimiento, descaracterizándolo ora al propagar consignas generales “contra la corrupción” (¿quién puede ser a favor de la corrupción?), ora vinculándolo al descontento con el gobierno nacional y dando margen para bandas fascistas que clamaban hasta por la destitución de la Presidenta, todo esto para esquivar la mira de sus gobernadores de derecha verdaderos mandantes de la represión policial.

Sin embargo esta maniobra oportunista de la prensa conocida como “PIG” (Partido da Imprensa Golpista) sólo se hace posible debido a la forma paradojal de gobernar que fue construyendo el PT desde 2002: al tiempo que iba expulsando de su seno a viejos militantes del “ala izquierda” del partido (como Babá y Heloísa Helena), se enganchaba en alianzas políticas las más variadas que impidieron cualquier definición ideológica del gobierno, favoreciendo incluso ideas de continuismo con los pasados gobiernos neoliberales y vendepatria.

Tales alianzas empezaron con discursos de “gobernabilidad” a principio aceptables, pero pasaron de los límites: besitos de Marta Suplicy en Sarney, coligación PT-PSDB en Belo Horizonte, apretón de manos entre Lula y Maluf, hasta el consentimiento en 2013 a la asunción del declarado homofóbico Marco Feliciano a la Comisión de DDHH y del megasojero Blairo Maggi a la Comisión de Medio Ambiente del Senado y Diputados de la Nación. Si en este entretiempo el PT trató de conciliar frente a todo disparate de la prensa derechosa, su gobierno terminó compuesto por quince partidos siendo doce de ellos partidos de derecha. Es cierto que el PT dejó de ser aquel antiguo partido de bases populares para convertirse en el actual partido tradicional de reproducción en el poder. Pero también es cierto que no por sus malabarismos políticos será Lula recordado por el pueblo, principalmente los más necesitados.

El gobierno del PT sacó a 40 millones de personas de la pobreza (lo equivalente a la población de Argentina); constituyó un periodo de prosperidad económica que no se experimentaba por lo menos desde el regreso a la democracia. Sin embargo, esta es su fortaleza y su debilidad. La población más pobre no cambiará “lo cierto por lo dudoso” en el momento de votar; pero las señales de agotamiento de la “prosperidad lulista” amenazan esta misma base electoral. Porque el PT ya no cuenta con las bases populares que se desplazaban casi “automáticamente” en el momento de elecciones (como yo mismo volanteé para Lula en 2002). Por el contrario. El PT, diferente de los demás gobiernos progresistas de Latinoamérica, no fue un gobierno “movilizador de masas” y la militancia pasó a formar sus propias organizaciones, muchas veces sin romper con el gobierno visto la tradición misma del partido pero sobretodo la constante posibilidad de regresar la derecha al poder. Las organizaciones populares siguieron sus construcciones políticas y sociales pese a lo paradojal de la situación.

Son estas “paradojas” que están en juego en las actuales movilizaciones de masas en Brasil. “Paradojas” que agudizaron las contradicciones sociales y políticas, como vemos al reconstruir los sucesos que culminan espontáneamente en las protestas actuales. Pero la “espontaneidad” no es un aspecto social “suelto en el aire” sino que su propia condición se forma a partir de las organizaciones previas que “preparan el terreno” para el brote voluntario y el desarrollo posterior. Esto explica la ausencia de la Unión Nacional de Estudiantes (UNE) y la Central Única de los Trabajadores (CUT): cooptados por el PT, no participaron de las previas organizaciones populares. Como los medios de comunicación invisibilizan, y cuando no lo pueden criminalizan, a la protesta social, las movilizaciones y organizaciones populares, estas masivas marchas aparecen para ellos (y los que acompañan la vida solo a través de la pantalla) como que “salidas de la nada”, incomprensibles pues hundidos en sus prejuicios e ignorancias. Vemos con toda la potencia la verdad que afirmamos al decir que “la revolución no será televisada”. Aquel vinculado a las organizaciones populares antes de las movilizaciones ahora tiene mejores condiciones de entenderla.

Brasil es al mismo tiempo la sexta economía de la Tierra y el país más corrupto y desigual del mundo. La corrupción en Brasil tiene algo de “legal”: cada legislador cuesta en media casi cinco millones de dólares al año. Los brasileños trabajamos cuatro meses del año apenas para pagar al Estado los impuestos, recibiendo en cambio salud y educación indignantes.

La prosperidad lulista no se basó en la creación de nuevos puestos de trabajo más que en la mejora salarial y blanqueamiento de puestos ya existentes, especialmente en la construcción civil, lo que también significó el aumento medio de horas trabajadas, es decir, mayor explotación de la fuerza de trabajo. Muchos/as jefes/as de familia sumaron a su empleo inicial una segunda jornada laboral, con lo que también lograron salir de la pobreza y conformar una nueva “clase media D”. Es algo como mínimo frustrante para alguien en esta situación ver su ingreso mermado por la inflación. Pero más allá de la “historia profunda” de Brasil, juega luz al entendimiento de los hechos actuales los contrastes de la historia reciente.

El primer contraste se vincula con los constantes aumentos salariales de diputados y legisladores, al tiempo que se rechazaban vergonzosamente los reclamos de funcionarios públicos de la salud y educación. Los parlamentares votaban una y otra vez sus propios aumentos y los medios de comunicación usufructuaban de esta fuente de escandalización. Simultáneamente los profesores realizaban diversos paros activos, de modo fragmentado pero en todos los niveles de la educación y en casi todas las provincias del país. Los medios criminalizaban estas protestas tildándolas de vandalismo, sin dejar de apelar al valor moral de la educación. Apenas los docentes universitarios no fueron completamente humillados. Los profesores primarios en Belo Horizonte tuvieron que pagar sus más de 100 días de huelga. El resultado fue un sistema de salud y educación deprimente; el contraste entre el salario de diputados y profesores de primaria (12 mil contra 700 USD) y el trato brindado por el Estado a unos y otros.

En este clima empiezan las obras para el Mundial, y con ellas un segundo contraste. Estas prometían, además de fiesta, dejar para la población un vasto “legajo” (palabra muy usada). Lula afirmaba que Brasil con los Juegos finalmente había logrado su “ciudadanía internacional”. Habíamos dejado de ser “el país del futuro” para ser el país del momento. Las obras se hicieron sentir para casi todos los brasileños, sea por los 200 mil desalojos provocados, sea indirectamente debido al cierre de las canchas durante tres años. No tardaron en abundar noticas de fraudes y abusos. El Ministerio Público alertaba sobre la posibilidad de los gastos se duplicaren, luego se triplicaren hasta que se cuadruplicaron por sobre lo que estimaba el gobierno. Más allá de los corrientes fraudes y superfacturación en licitaciones públicas, el gobierno aprobó un “régimen especial” para estas impidiendo su conocimiento público. Los albañiles en las obras se encontraban en situación degradante, con casos de baños inmundos y hasta de comida podrida. También llegaron a ser impedidos de dejar el lugar de las obras mismo terminada la jornada laboral (privación de libertad). En algunas canchas se declararon en huelga más de una vez. Una solución encontrada (entre otras) fue utilizar la población carcelaria prometiéndole reducción de penas sin goce de derechos laborales. Además, las obras adoptan un concepto cobarde de “higienización”. Fueron hostilizados, robados y hasta desaparecidas personas en situación de calle. Varias operaciones de guerra fueron armadas para “pacificar” las favelas de Río. Abundan relatos, fotos y videos denunciando el brutal accionar cotidiano de los “pacificadores”. Tuvo exponencial fuerza simbólica el desalojo de pueblos originarios del antiguo Museo del Indio para la realización de las obras del Maracaná. Este simbolismo se sumó a la resistencia indígena contra la mega hidroeléctrica de Belo Monte en el histórico parque del Xingú. En un lindo pero surreal acto, los indígenas irrumpieron en el Congreso Nacional realizando ahí un ritual. En San Pablo se incendiaban criminalmente favelas para evacuar a vecinos impedidos de regresar a sus casas una vez extinguido el fuego. La creciente tensión pasa por el episodio de Pinheirinhos donde la policía de Alckimin (PSDB) persiguió y asesinó a vecinos durante un desalojo. Para dar cuenta de esta infinidad de abusos surgieron de la sociedad civil Comitês Populares de Atingidos pela Copa (COPAC’s), en cada una de las ciudades-sede del Mundial, constituidos a veces por ONG’s o por Movimientos Sociales. Estos abusos fueron denunciados reiteradamente y en tiempo real por los COPAC’s y movimientos sociales que organizaron marchas, actos, seminarios e intervenciones públicas, llegando sus reclamos a la ONU a través de su relatora Raquel Rolnik.

Llegamos a 2013 cuando se producirá el tercer contraste. La Copa de las Confederaciones es el ensayo general de la FIFA para verificar si la infraestructura del Mundial está lista. Antes se reinauguran las canchas, ahora nombradas “Arenas”, con juegos de clásicos (Derby) locales. En vez de fiesta, malestar: todas presentaban problemas, algunas de infraestructura básica (inexistencia de agua). Circulan videos de insatisfacción cuando no de desesperación dentro de los Estadios. La suma de los gastos ya ultrapasa los 60 mil millones de dólares. 60 mil millones gastos para enojar a la población. Varias de las gigantescas obras de acceso están todavía inconclusas, marchando a ritmo notablemente lento, agudizando el incómodo transito urbano en ciudades que vienen creciendo exponencialmente. No bastando que el transporte fuera ya caro e insuficiente, tanto en horarios como en itinerarios, a los alcaldes no se les ocurrió nada mejor que subir la tarifa.

Si copiar la civilización euro-yankee es el “hecho más rico en consecuencias” en la formación del Brasil, recuerda S. Buarque, la idolatría de la cosmovisión anglosajona de la clase media en general la lleva a identificarse más con los ocupantes de Wall Street, los indignados españoles, árabes y el ardor griego, que con el infinito dolor diario de los negros en las favelas. Colonizada en su pensamiento, sentía el Zeitgeist (“espíritu del tiempo”) que ronda el mundo pero vacilaba en ponerlo en marcha. Hasta que se abriera la caja de pandora. Múltiples reclamos convergirán hacia las calles.

En el día 25 de marzo manifestantes cortaron avenidas en Porto Alegre y entraron en confrontación con la policía, escenas repetidas el día 27 y el 4 de Abril. El 16 de mayo tiene lugar en Natal la “revuelta de los bondis” (“revolta do busão”). El próximo capítulo sería en Goiania, con conflictos el 21 de Mayo y en mayores proporciones el 24. El 3 de junio fue el día de manifestaciones en Río. La insatisfacción se aproximada al centro económico del país (el “triángulo” Río, San Pablo, BH). Las manifestaciones fueron más o menos grandes en uno y otro lugar o día, pero aún no masivas si bien la insatisfacción era evidente. Los medios hacían lo habitual: aislaban y criminalizaban la protesta. Ajena a estas señales, la clase política decidió hacer lo mismo en el corazón económico del gigante: el 1º de junio aumenta la tarifa en San Pablo.

Si la competencia política del “Príncipe” se contiene en impedir que las demandas sociales se condensen y estallen de una sola vez, veremos que los sucesos a partir de la primera semana de junio se escalonarán haciendo convergir en la calle múltiples reclamos suprimidos en la historia profunda y reciente del país. En vez de contener la protesta, prensa, gobiernos y policías crearon un “cóctel” que hizo confluir los múltiples reclamos ahogados.

El 6 de Junio empezará la escalada de los hechos. En este día se organizaron marchas en Goiania, Natal, Río y San Pablo. En San Pablo la población se concentraba en diferentes puntos para exigir la suspensión del aumento tarifario hasta confluir en una única marcha. Los mismos movimientos que desde antes venían agitando la consigna del transporte público gratuito, se organizaron para sus “habituales” marchas contra el aumento. La policía hablaba de 300 manifestantes, los medios estimaban en 600 y los manifestantes en 2 mil participantes. La presencia del aparato policial es desde un inicio notablemente desproporcional. La policía embistió cruelmente contra manifestantes, iniciando una batalla que terminaría con 31 presos en la “ciudad maravillosa” y 15 en el corazón de Brasil. El día siguiente en San Pablo la manifestación será un poco más grande pero igualmente desproporcional al aparato policial movilizado, cosa que no podría terminar sino en represión. La “tropa de choque” barría las calles y ocupaba la Avenida Paulista para impedir que esta sea ocupada, pese a lo contradictorio de la actitud. La derecha, insensible al pueblo, era incapaz de ver el panorama general que se formaba. El PT se sentía protegido en la fortaleza de sus logros económicos. Los medios de comunicación otra vez: deslegitimación y criminalización de la protesta. Si ya es difícil deslegitimar un reclamo sobre la tarifa de transporte público, que toca al bolsillo de toda clase trabajadora, los medios de comunicación presentaban además noticias confusas, cuando no acusándose mutuamente. La grande prensa, en vez de ofrecer una lectura adormecedora de la realidad, causó indignación o por lo menos curiosidad. Dejaron abierta una brecha para la reflexión. Sin cualquier respuesta ni señal de diálogo, la primera semana de junio terminaba pidiendo más y otros movimientos sociales se sumaron para organizar nuevas protestas.

La 3ª y 4ª manifestación en San Pablo, en los días 11 y 13 de junio, marcarán un momento de pasaje. Si en la segunda semana del mes las manifestaciones tomaban cuerpo, en la tercera semana trasbordarán en masivas protestas en todo en el país. El 11 de junio era aún mayor la marcha en San Pablo capital, tal como en Río de Janeiro. Este día la represión no fue solo absurdamente desmedida sino que flagrantemente cobarde, y quedó desnudada por sus mismos redentores: reporteros de medios masivos fueron sin distinción duramente reprimidos y detenidos. Circularon fotos de una bella reportera de Folha (principal periódico escrito del país) con el ojo desfigurado. Los noticieros culpabilizaban abiertamente a la policía por haber iniciado la batalla campal que se produjo. El 13 de junio, además de seis mil en Fortaleza, la manifestación se repitió en San Pablo, ahora ya extendiéndose al interior (Sorocaba). Sonaba además como un “llamado” a todo el Brasil. Abundaron videos probando la cobardía de la policía: ésta embestía cruelmente sobre manifestantes que no hacían más que alentar “sin violencia”; tiros de goma al azar en medio de la multitud; bombas de gas lacrimógenos con fecha de vencimiento expirada fueron recogidas. Observando la bronca desenfrenarse, y asumiendo su error de haber condenado de inmediato a la policía el 11 de junio, los medios de comunicación de derecha buscaron acaparar el momento para debilitar al gobierno de Dilma. Lograron apenas sembrar más confusión o indignación en las masas. De cierto no cumplieron su papel de dispersión y vaciamiento de los significados de la protesta. Más bien lograron ponerla en foco sin cerrar una estructura lógica para manipular los televidentes. La indignación se generalizaba y el estreno de la Copa de las Confederaciones se aproximaba (15 de junio), pero la clase política en vez de llamar al diálogo para calmar los nervios hizo todo lo contrario: el 14 de junio el gobernador (PSDB) y el alcalde (PT) de San Pablo cerraron fila para declarar rotundamente la imposibilidad de bajar las tarifas, pese un proyecto del Ministerio Público para su reducción por 90 días. El gobernador de Minas Gerais (PSDB) simplemente decretó el día 13 la prohibición de cualquier manifestación política, decisión para colmo aceptada por el Tribunal de Justicia (pese a su clarísima inconstitucionalidad).

A partir de ahora, mismo en la matemática propia de la policía, las protestas se cuentan no por centenas sino por millares. El 15/06 hubo confrontación en Brasilia con la policía. Esta asumía en Belo Horizonte la presencia de ocho mil manifestantes, no hubo incidentes sino fotos de los manifestantes junto a la Coronel responsable, lo que fue vergonzosamente tildado por la prensa como debilidad de la policía de Minas Gerais. El día 16 otra vez 31 personas son detenidas en Río. Pero, el 17 de junio no dejará más dudas: masivas manifestaciones en diversas ciudades del país, incluyendo las tres capitales económicamente más importes. Ya no son millares sino decenas de millares. La policía contabilizó manifestaciones en 29 ciudades totalizando casi 270 mil personas en las calles de todo país. El gigante se ha despertado. A partir de ahora habrá manifestaciones todos los días, sumándose fácilmente millares de personas en capitales e interior. En la ciudad de San Pablo, 65 mil el día 17/06, 50 mil el día siguiente, habiendo no menos de 5 manifestaciones simultáneas en el día 19. Cuando la matemática de la policía ya no lograba siquiera informar cuanta gente había, se anuncia la suspensión del aumento tarifario. 100 mil salieron en esta capital el día 20 de junio con la evidente relación entre la protesta y la reducción tarifaria. La insensibilidad política, la insensatez policial y la perversión mediática abrieron la caja de pandora haciendo converger todo tipo de reclamo e insatisfacción a las calles. Un millón de brasileros tomaban las ruas de todo país en este día, él más importante de su historia reciente en el camino para la construcción de su ciudadanía. Y es exactamente en este punto donde reside la problemática y la indefinición del contexto.

La gran prensa, peligrando exponerse al ridículo, tuvo que cambiar su línea editorial reconociendo los reclamos pero transformándolos en generalizaciones abstractas contra la “corrupción”. La clase media, que no tiene un nivel de educación proporcional a su poder adquisitivo, se vio fácilmente acaparada por tales direccionamientos. Los políticos también salieron a legitimar la protesta. Pero no dejaban de condenar el vandalismo de “algunos” manifestantes. Eva Perón ya decía que “la violencia del pueblo no es violencia, sino justicia.” Sin embargo ni mismo este fue el caso: un policía fue filmado rompiendo su propio patrullero y un “manifestante” fotografiado destruyendo patrimonio público fue identificado como hijo de un empresario de transportes. Un médico que atendía heridos declaró que un policía disfrazado de “manifestante vándalo” (tenemos aquí un buen disfraz para el próximo carnaval) se le había revelado en cuanto tal en el intento de trasladar un herido grave a través del cordón policial que bombardeaba la multitud al azar. En el citado caso del patrullero roto, el Secretario de Seguridad dijo que el policía estaba apenas “limpiándolo”. Este tipo de noticias el brasileño tiene que soportar cotidianamente. Los partidos de izquierda también pagaron por sus décadas de falta de apreciación estratégica. Como se dedicaron a “copar estructuras”, a disputar la hegemonía en todo tipo de organización (estudiantil, sindical, etc.) apenas para “aparatear” estas organizaciones que se convertían en apéndices del partido y su “vanguardia”, la población rechazó las banderas rojas tanto por su ingenua noción de apartidarismo, como para impedir la cooptación de la movilización por estos partidos de izquierda. Las clases medias tuvieron la correcta precaución del lado izquierdo pero desguarnecieron su flanco derecho. Sintiendo no estar representadas por ningún partido pasaron a condenar la opción de quienes se integren a alguno. Su apartidarismo, como libertad de expresión, se vio travestido en anti-partidarismo, como cercenamiento de la diversidad de opción. Al exigir de la Presidenta actitudes que no son por ley prerrogativas suyas, como vetar la PEC 37 o instaurar CPI (ambos caben a diputados y senadores), o exigir que ella misma rebaje el valor del transporte (cabe a los alcaldes), la clase media se vio como un juguete de poderes ajenos. En el momento que la población más pobre empezó a pensar en bajar hacia las calles, las organizaciones populares de clase media decidieron cesar las convocatorias, tal como lo hizo el Movimiento Pase Libre en San Pablo. Claro, los pobres, los favelados, no van a bajar a las calles gritando “sin violencia” una vez que ya viven en clima de constante guerra civil. Basta dar un vistazo en las estadísticas policiales de la provincia de Río y San Pablo, “zonas calientes” de una guerra civil no declarada. ¿Dónde pondremos a los mil presos mensuales por tráfico de drogas (2012) en Río y a los tres mil de San Pablo?

Lo que está en juego, tanto en el comportamiento medio fascista de una parte de la clase media joven que tuvo su “debut” callejero en 2013, como en esta retirada inoportuna de importantes organizaciones sociales, es el concepto mismo de ciudadanía. Ciudadanía en el estricto sentido burgués de la palabra. Estamos definiendo el sentido de nuestra “emancipación política”. Marx la caracteriza como contenida por: 1º) sufragio universal (una cabeza = un voto), 2º) estado laico; y 3º) estado de derecho (todas personas sin distinción son “ciudadanos”). Nada de esto se verifica en Brasil: los votos se contabilizan por “coeficientes” que impiden, en varios casos, la elección de los candidatos más votados en número de votos absoluto; el cristianismo (católico pontificio y evangélico baptista y pentecostal) monopoliza el aparato estatal y en los juzgados vemos el crucifijo sobre el juez. Pero es la extensión de los derechos a todos ciudadanos igualmente que toca el punto profundo de la cuestión. Florestan Fernandez, en La Revolución Burguesa en Brasil, indica como la dictadura (1964-85) ha construido la sociedad brasileña encima de un “volcán” social al formar una “democracia oligárquica perfecta”, que no es más que una “autocracia de cooptación militar y tecnocrática”, en la cual existen dos países dentro del mismo: para la “ciudadanía validada” rigen los preceptos constitucionales, y para la “ciudadanía no-válida” la dictadura nunca ha terminado. En Brasil el color de la piel es una marca fuerte de la pertenencia a una u otra realidad. El mismo autor ironiza con el título de su otra obra-maestra “La integración del negro en la sociedad de clases”, cosa que concluye nunca sucedió efectivamente. Esta es nuestra más profunda y específica “cuestión nacional”. En las favelas y en el campesinado encontramos los “desheredados de la tierra”, los que “no tienen nada que perder sino sus propios grilletes”, los que “sólo pueden liberarse haciendo saltar a todas las otras clases existentes”. El contexto general es propicio pero limitado.

La gran conquista de los actuales gobiernos progresistas latinoamericanos es la de haber puesto fin al ciclo neoliberal que profundizaba la obra iniciada por los anteriores gobiernos autoritarios. Más de 10 años pasaron desde aquel “fin del trabajo”, “fin de la historia” consensuada en Washington hasta los actuales días en que nadie, ni la derecha, puede más negar la existencia del Imperialismo. En este sentido todos latinoamericanos somos un poco chavistas, o bolivarianos como nos corregiría el mismo comandante. Pero la estructura del desarrollo dependiente, de la penetración imperialista, sigue determinante. Las venas de América Latina todavía están abiertas. Las transformaciones sociales tienen que profundizarse. De esto depende la suerte de los actuales gobiernos en sus próximas elecciones presidenciales. Todos están enfrentando su punto más crítico de conflictividad interna. Los intereses imperialistas abundarán los dineros para agudizar las contradicciones a su favor. La puesta en escena del nuevo contexto en Brasil acelera los tiempos del Cono Sur. Si los partidos de izquierda siguen sin una definición estratégica clara y consciente, podrán desempeñar incluso un papel reaccionario en los próximos ciclos.

Para una transformación social profunda necesitamos de un tipo de militancia diferente de aquel modelo “setentista”. Necesitamos de una militancia dialógica que mejor viene cobrando cuerpo en el modelo asambleario de gestión, para la elaboración de consensos desde el disenso, para la construcción del autogobierno y de la autogestión de la vida. A partir del momento que se gestan asambleas para discutir los rumbos del actual movimiento en Brasil, estas pueden ser su más positivo legajo. Si nuestra Presidenta nos propuso una Reforma Política, presentémosla en todos sus detalles desde el punto de vista de los movimientos sociales y organizaciones populares, pues fueron estos que ascendieron a los actuales gobiernos progresistas y son los que pueden llevar a cabo las transformaciones sociales en la profundidad que se necesita. La clase media que empezó a manifestarse, en vez de querer reconocer su ciudadanía sin querer extenderla a los pobres, puede contribuir de la mejor manera componiendo los cuadros de “intelectuales orgánicos” en estos movimientos y organizaciones populares. En el momento que escribo estas líneas las Jornadas de Junio contabilizan por lo menos cinco muertes (consideradas oficialmente como “accidentes”), y llegan a su tercera fase a partir de la reacción del gobierno nacional. Si la primera fase fue el desencadenamiento de la protesta en San Pablo, fruto de las organizaciones previas, su segunda fase se contiene en la nacionalización de las manifestaciones y el conflicto ideológico de ahí desprendido. Dilma finalmente salió a discursar, anunciando un Plan Nacional de Movilidad Urbana y la destinación de los royalties del petróleo a la educación; convocó en seguida a los movimientos sociales y por fin a gobernadores y alcaldes de capitales, donde propuso cinco puntos, entre ellos la convocatoria de una Asamblea Constituyente para la Reforma Política a partir de un referendo popular. Con este “paquete” el PT logra institucionalizar los reclamos y así recomponer la dominación burguesa, al dar margen de negociación tanto a la izquierda como a la derecha, componiendo así mismo la agenda de los movimientos sociales (presionar y presentar sus propuestas para un Plan de Movilidad y la Reforma Política). Pero ahora también parece vinculado el futuro de la reforma política con la suerte del PT. Las cinco propuestas de la Presidenta, sobretodo el referendo de la Reforma Política, deben componer las pautas de nuestras organizaciones sociales. Por esto en algún momento será sano para un movimiento de esta masividad sufrir un “reflujo” interno para debatir y ganar en calidad. En Sudáfrica la protesta explotó pasado el Mundial. Y la Copa de las Confederaciones es todavía el ensayo general para los partidos. Tenemos que ganar en calidad pues sí podemos esperar que “Amanhã será maior”.

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